Si María gozó de gran alegría cuando su Hijo vivió corporalmente junto a Ella y tuvo una alegría parecida cuando este mismo Hijo, después de vencer la muerte, resurgió del infierno, ¿habrá tenido menos alegría cuando su Hijo, delante de Ella, entró en el cielo con el cuerpo que, como bien sabía, había tomado de Ella?
¿Quién afirmó alguna vez tal cosa o quién creyó alguna vez que su felicidad en este momento pudiera compararse con todas las alegrías que la precedieron?
Las buenas madres de este mundo están acostumbradas a sentir gran alegría cuando sus hijos son elevados a los honores terrenales; y esta Madre —¡sin duda una buena madre!— ¿no se habría regocijado con alegría inefable al ver a su único Hijo penetrar todos los cielos con poder y dominio y, ascendiendo, alcanzar el trono de Dios Padre todopoderoso?
San Eadmer de Canterbury De excellentia, 6, PL 159, 568 C- 569 A.
y tambièn: Enciclopedia Mariana