8 de mayo – Italia, Pompeya: Nuestra Señora del Rosario (1875)

Al llegar la Ascensión, María hubiese querido unirse a su Hijo…

© Shutterstock/artin1
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Para comprender los sentimientos de María en la Ascensión, debemos tener presentes los vínculos que la unieron a su Hijo: los vínculos de la carne, los vínculos de una madre hacia aquel que llevó en su seno, dio a luz, alimentó, crio y vio crecer. Pero a esta Madre se le suma el hecho de que permaneció virgen por amor a Él, que lo sostuvo con su oración en su misión y con su presencia en Cafarnaúm, y que lo acompañó en su pasión al pie de la cruz.

En este sentido, el P. d'Elbée (1892-1982) decía, en su pequeño libro "Creer en el amor" —lectura muy recomendable—, que en la Ascensión, la Madre de Dios hubiese querido partir para estar con Jesús para siempre; pero se dijo a sí misma que si era necesaria su presencia en la Iglesia naciente, entonces consentía en permanecer en la tierra. Bien podemos pensar esto de la Santísima Virgen, ya que vemos que estos sentimientos serán después los de san Pablo, e incluso los de san Martín. Y, de hecho, la Madre de Jesús guía a los discípulos de su Hijo en la oración para que sea enviado el Espíritu Santo prometido: es papel de una madre enseñar a sus hijos a orar.

Este es, pues, el estado de ánimo de María el día en que la victoria de su Hijo se manifiesta a los ojos de sus discípulos. (…) Una cosa me parece segura: debemos orar como nunca antes lo hemos hecho, ¡y hacer penitencia!

En Nuestra Señora:  P. Bernard Pellabeuf

* El P. Pellabeuf fue misionero fidei donum en el Zaire y en Benín.

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