Cuando María le dice “sí” al arcángel Gabriel, el Hijo de Dios se encarna en Ella y la historia de la humanidad entra en el tiempo de la gracia divina. Sí, es a través de la fe de María que la humanidad recibirá la salvación, “gracia sobre gracia” (Jn 1, 16). De ahora en adelante, la historia de los hombres no es ciega, tiene un sentido y un sentido feliz.
Una mujer, madre por obra del Espíritu Santo, acoge al Hijo de Dios en nombre de su pueblo Israel y de toda la humanidad. Ella lo recibe y lo da. Ningún hombre ha podido realizar semejante maravilla. Después de la primera mujer simbólica, Eva, la humanidad sufrió el alejamiento de Dios. Para una mujer, María, la nueva Eva, la humanidad encuentra la unión íntima con Dios.
Al celebrar solemnemente la Anunciación, celebramos a Jesús Salvador, nacido de una mujer, María. Es ante todo una celebración cristológica más que mariana.
Llena de gracia, predestinada desde toda la eternidad, desde antes de la fundación del mundo, a la maternidad divina, María de Nazaret recibió por primera vez en su alma al Hijo de Dios por la fe. San Agustín, el gran doctor de la Iglesia, explica la grandeza de María como discípula. Ella concibió al Hijo de Dios, primero en su corazón, adhiriéndose al mensaje del ángel Gabriel, antes de concebirlo en su vientre materno. “Lo que hay en el alma es más que lo que hay en el útero del cuerpo”, exclama el obispo de Hipona.
Gracias a la fe de María, el ser humano vive la vida con Cristo resucitado observando el rito del cirio pascual: “Cristo, ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. A Él el tiempo, la eternidad, la gloria y fortaleza de los siglos. Amén».
Por tanto, la fiesta de la Anunciación nos concierne directamente. A través de la Virgen María se cumple para nosotros el plan divino de salvación. Dios Padre nos bendice en el Hijo de María y estamos llamados a ser “hijos adoptivos por medio de Jesucristo” (Ef 1, 5).
Por eso la alegría de Dios, que recibimos a través de María en la Anunciación, recae también en nosotros, que creemos en el Verbo hecho carne. Hoy la Iglesia exulta de alegría.
P. Manuel Rivero OP: fr.zenit.org