Entre muchos de nuestros contemporáneos existe una fuerte tendencia a considerar obsoleto el culto legítimo que dispensamos a María. Según algunos, la piedad mariana transmite una fe simplista, más bien emotiva, marcada por la superstición o por una sensibilidad dolorista y convencional, una fe desprovista de razón, que se refugia en el sentimentalismo religioso.
La devoción a la Madre de Dios no es una piedad anticuada. El Rosario, en particular, como escribe Juan Pablo II, “en su sencillez y en su profundidad, (…) sigue siendo, en el comienzo del tercer milenio, una oración de gran significado, destinada a dar frutos de santidad”.
Al frecuentar a la Virgen María, descubrimos una visión del hombre y de la historia de la salvación que ofrece una respuesta relevante a las angustiosas preguntas de nuestra cultura posmoderna.
Mons. Dominique Rey, El misterio del Rosario, Ediciones del ’Emmanuel, París, 2008, pág. 5.