No fue la curiosidad ni ninguna duda sobre el embarazo de Isabel lo que impulsó a María a emprender este viaje, sino varias consideraciones hermosas, útiles y muy agradables, que quisiera exponer brevemente en esta exhortación.
En primer lugar, fue impulsada a emprender este viaje por motivo de caridad, para servir, ayudar y aliviar a su prima Isabel en su embarazo y para ver esta gran maravilla, y alegrarse con Ella de la gracia que Dios le había concedido al darle un hijo siendo estéril y hacerla concebir en su vejez, sobre todo porque sabía muy bien que entonces ser infértil era visto como algo negativo.
En segundo lugar, la visitó para revelarle este altísimo e incomparable misterio de la Encarnación que había tenido lugar en Ella por obra del Espíritu Santo, porque sabía bien que su prima Isabel era una persona muy justa, buena, temerosa de Dios y que deseaba mucho la venida del Mesías prometido según la ley para redimir al mundo y que le sería de gran consuelo saber que las promesas de Dios se habían cumplido y que el tiempo anhelado por los patriarcas y predicho por los profetas había llegado.
En tercer lugar, fue allí para devolverle, por medio de su Hijo, el habla a Zacarías, que la había perdido por su incredulidad, al no haber creído en lo que el ángel le había dicho, cuando le anunció que su mujer concebiría un hijo al que llamaría Juan.
En cuarto lugar, sabía que esta visita traería a la casa de Zacarías un cúmulo de bendiciones, que llegarían al niño que estaba en el vientre de Isabel, quien con su venida sería santificado. Ahora bien, estas razones, y otras que podría relatar, muestran claramente que Nuestra Señora y gloriosa Matrona emprendió este viaje solo por un movimiento secreto de Dios, que quería con esta visita dar inicio a la salvación de las almas, con la santificación del pequeño Juan el Bautista.
San Francisco de Sales (†1622), Sermón para el día de la Visitación.