Para que un sermón sobre la Virgen me agrade y me haga bien, debe hacerme ver su vida real, no su supuesta vida; y estoy segura de que su vida real debió ser muy sencilla.
Nos la presentan inaccesible, habría que presentarla imitable, hacer resaltar sus virtudes, decir que ella vivía de fe igual que nosotros, probarlo con el Evangelio donde leemos: “Ellos no comprendieron lo que les dijo” (Lc 2, 50). Y este otro texto no menos misterioso: “Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían de él” (Lc 2, 33). Esta admiración implica cierto asombro, ¿no crees?
¡Sabemos muy bien que la Santísima Virgen es la Reina del cielo y de la tierra, pero es más madre que reina, y no se debe decir que por sus prerrogativas eclipsa la gloria de todos los santos, como el sol al amanecer hace que desaparezcan las estrellas. ¡Dios mío, qué cosa más extraña! ¡Una madre que hace desaparecer la gloria de sus hijos! Pienso todo lo contrario, creo que aumentará muchísimo el esplendor de los elegidos.
Santa Teresa del Niño Jesús: Derniers Entretiens (21 de agosto 1897), en Obras completas, Le Cerf / DDB, París, 1996
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