No podríamos encontrar entre dos corazones una unión, una semejanza comparable con la que existió entre el corazón de Jesús y el corazón de la Virgen María.
El corazón de la Madre y el corazón del Hijo vivieron la misma vida, vibraron al unísono con el mismo amor a Dios y a los hombres. ¡Mira cómo se querían, cómo se entendían!
En su infancia, Jesús asoció a su tierna Madre a todos sus misterios. Su Madre no se separó de él durante treinta años. Durante su vida pública Jesús realizó milagros de caridad a petición suya. Pero es especialmente en los momentos de abandono y de prueba cuando la unión de los dos corazones es más estrecha. Si la lanza traspasa el corazón de Jesús, una espada de dolor traspasa el corazón de María y esta Madre desolada aceptará como hijos a los verdugos a quienes su Hijo acaba de perdonar.
Unidos en la tierra, estos corazones divinos permanecen unidos en el Cielo, donde la misma gloria une a los unidos por la cruz. Esto es lo que nos explica el poder de la Reina del Cielo, nuestra buena Madre.
Parroquia del Sagrado Corazón, Bucarest (Rumania).