Como ya sabemos, lo más santo de la antigua alianza era el Arca de la Alianza. Y para Juan, como para Lucas, el arca de la nueva alianza es María, que fue cubierta por el Espíritu Santo y que es la mujer cósmica del libro del Apocalipsis y, por tanto, el icono a la vez de la virgen hija de Sion y de la Iglesia. Esto nos lleva a la realidad que se resume en las palabras de Ambrosio de Milán: “María es el símbolo de la Iglesia”.
Juan ve en María un signo y un icono de la Iglesia, como lo vieron los Santos Padres. Todos pensaban que su virginidad, como la de Cristo, estaba cargada de significado. En efecto, María es la discípula modelo cuya ofrenda sacrificial de la virginidad responde a la ofrenda sacrificial de Cristo, así como la ofrenda del cuerpo del discípulo como "sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" es la respuesta apropiada de adoración al Señor (Romanos 12, 1). María es más que nadie el modelo del amor de entrega a imitación de Cristo. Porque su rostro es, como decía Dante, “el rostro que más se parece al de Cristo”. (...)
En todos los demás casos, la apertura a la gracia se recibe de manera imperfecta. Pero en un caso —el de María—, recibió una perfecta acogida por parte de toda la Iglesia, posible (como todos los dones sacrificiales) por el poder de la gracia de Dios. María es la discípula que amó a Jesús más profundamente y vivió unida a Él más estrechamente que nadie, y la ofrenda viva en sacrificio que hizo de su cuerpo no se parecía a la de ningún otro. Porque Jesús mismo fue el sacrificio vivo de su cuerpo y el fruto mismo de su vientre. Cuando la lanza traspasó su corazón, también traspasó el suyo (cf. Lc 2, 34-35). Ningún otro seguidor de Jesús ofreció jamás más a Dios que Ella.
Mark P. Shea, Crisis Magazine, The Morley Publishing Group, Inc, 22 de febrero de 2011.
Tomado y adaptado de: www.catholicculture.org