Cuando éramos niños, nuestras madres nos aconsejaban a menudo “ofrecer” nuestras pequeñas molestias y sufrimientos. Estábamos lejos de sospechar que esa simple frase contenía la clave para comprender el profundo misterio de la corredención. Como oncólogo, he tenido la oportunidad de profundizar en este concepto, mirando más allá del velo físico del sufrimiento y el dolor para captar la profunda realidad espiritual que muchas veces pasa inadvertida.
El Señor Jesús proclamó: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (Mateo 25:35-36). Al identificarse con el que sufre, el Señor Jesús muestra que es uno con los que están en aflicción. ¡Qué consuelo saber que compartimos la dignidad de Cristo cuando sufrimos!
En nuestro sufrimiento, también podemos acudir a la Santísima Virgen María. Al pie de la cruz, María fue fuente de consuelo y fortaleza para Jesús. Ella lo acunó en sus brazos mientras su cuerpo sin vida era bajado de la cruz, una imagen conmovedora conocida como “La Piedad”. Este momento resume la profunda unión entre el dolor extremo de María y las heridas salvadoras de Jesús. En nuestro propio sufrimiento, también estamos unidos a María, como estamos unidos a Cristo, herido y sin aliento, en el abrazo reconfortante de su Madre.
Jesús tenía hambre y María lo alimentó no solo como cualquier madre alimenta a su hijo, sino también mediante su obediencia al plan salvífico compuesto por la Encarnación, la Pasión y la Resurrección. Jesús tenía y tiene hambre de almas que estén dispuestas a abandonarlo todo en Él para unirse a la voluntad de Dios.
Jesús tuvo sed y María no solo le dio agua durante su niñez y sus viajes de predicación, sino también mientras sufría en la cruz, cuando dijo "Tengo sed" (Juan 19, 28). Tenía sed de amarnos cada vez más plenamente y de recibir nuestro amor a cambio. María se mantuvo resuelta al pie de la cruz, aunque casi todos los discípulos lo habían abandonado. Ella permaneció allí por el profundo amor que le tenía a su Hijo y a su Dios.
Elie Dib
Adaptado de : catholicexchange.com