En estos extractos de El Evangelio tal como me fue revelado de María Valtorta*, María ve llegar a los Reyes Magos, los cuales se postran ante la Sagrada Familia, después de haber seguido la estrella que los llevó a Belén:
§ 221-34.7 El mayor de los sabios habla en nombre de todos. Le explica a María que, una noche del pasado mes de diciembre, vieron aparecer en el cielo una nueva estrella con un brillo inusual. En ninguna carta del cielo había aparecido nunca esa estrella y nadie había hablado nunca de ella. “No sabíamos su nombre porque no lo tenía. Nacida del vientre de Dios, esta estrella había florecido para enseñar a los hombres una verdad santa, un secreto de Dios. Pero a los hombres poco les importó, porque sus almas estaban sumergidas en el barro. No alzaron los ojos a Dios y no supieron leer las palabras que Él traza —que sea eternamente bendito— con estrellas de fuego en la bóveda de los cielos”.
Ellos la habían visto y trataron de comprender su significado. Fue con buena voluntad que perdieron el poco sueño que se concedían y se olvidaron de comer para sumergirse en el estudio del zodiaco. Ahora las conjunciones de los planetas, el tiempo, la estación, el cálculo de las horas pasadas y las combinaciones astronómicas les habían enseñado el nombre y el secreto del astro.
Su nombre era “Mesías” y su secreto: “Ser el Mesías venido al mundo”. Entonces tomaron el camino para adorarlo, sin que los demás lo supieran. A través de colinas y valles, a través de desiertos y ríos, viajando de noche, habían marchado hacia Palestina, hacia donde la estrella los guiaba. Cada uno, desde tres puntos diferentes de la tierra, iba en esta dirección.
Y luego se encontraron al otro lado del mar Muerto. Fue allí donde la voluntad de Dios los unió y continuaron juntos, entendiéndose, aunque cada uno hablaba su propia lengua, y pudiendo hablar la lengua del país que atravesaban, por algún milagro del Señor.