“Amad a Nuestra Señora y rezad el Rosario, porque su Rosario es el arma contra los males del mundo de hoy. Todas las gracias dadas por Dios pasan por la Santa Madre” (Padre Pío).
Sin duda, el papa Juan Pablo II recordó estas palabras de san Padre Pío, porque sabemos que rezaba el Rosario todos los días y hacía muchas otras cosas para promover la devoción a la Santísima Virgen y el “arma” que Ella nos dio.
El Papa a menudo se encuentra en una posición muy difícil: debe esforzarse por acercar a la gente a Cristo a través de cuestiones sociales relevantes, evitando al mismo tiempo la tentación de confundirse con la cultura. El papa Juan Pablo II logró un equilibrio muy delicado para acercarse a las personas e invitarlas a crecer en santidad personal usando el Rosario.
Ya fuera la Guerra Fría, los ataques terroristas del 11 de septiembre o la guerra contra la familia, Juan Pablo II mantuvo una fe inquebrantable y vivificante en el Rosario y su poderosa eficacia. En todos los encuentros, nos animó a orar por la paz, por las soluciones, por la esperanza y por el amor. Cuando pedimos cosas nobles, Nuestra Señora siempre puede acudir a Nuestro Señor en nuestro lugar y sabemos que Jesús ama muchísimo a su Madre como para negarle algo.
Como dijo san Maximiliano Kolbe: “Nunca temáis amar demasiado a la Santísima Virgen. Nunca podrás amarla más que Jesús”.
San Juan Pablo II tenía especial devoción por san Padre Pío, san Luis de Montfort, Jacinta y Francisco Marto —dos de los niños de Fátima a quienes él mismo canonizó—, todos ellos fervientes defensores del santo Rosario.
En Fátima, la Virgen expresó su deseo de que se rezara el Rosario todos los días y san Juan Pablo II no quiso decepcionar a la Madre de Dios. Dijo que la promoción del Rosario debe ser asumida no solo por nuestra generación, sino por todas las generaciones futuras, para la salvación de todos.