El domingo 9 de junio de 2024, el obispo metropolitano Borys Gudziak, de la Arqueparquía Católica Ucraniana de Filadelfia, ordenó diácono a Ihor Demydas. En este extracto de una entrevista, Ihor habla de su camino hacia el sacerdocio, desde sus años como monaguillo hasta sus estudios teológicos en Roma.
¿Cuándo sentiste por primera vez el llamado al sacerdocio? ¿Fue repentino o gradual?
Honestamente, es una pregunta difícil para mí y no tengo una respuesta definitiva. Sin embargo, me gustaría compartir una pequeña historia sobre mi llamado al sacerdocio, que comenzó en mi niñez.
Creo firmemente que mi bisabuela Anna, que pasaba seis horas al día rezando a la Virgen María, influyó en mi vocación. Cuando mi abuela se ponía a orar, me sentaba a su lado y me gustaba mucho ver pasar las cuentas del rosario entre sus dedos y escuchar el “avemaría”.
Alrededor de los 11 años me uní al grupo de monaguillos de la parroquia San Paraskeva-Pyatnytsia, en mi pueblo de Velyki Birky (Ucrania), lo que me sumergía aún más en un momento misterioso y espiritual.
Recuerdo el mes de mayo, durante el cual la parroquia cantaba todos los días el “Moleben a la Santísima Theotokos”. ¡Era el mes más hermoso! Me encantaba ir a esa liturgia y cantar. No podía permitirme el lujo de perderme ni un solo día de esa oración. Me sentía tan feliz que es difícil expresarlo.
Después de la secundaria, ingresé a una escuela de música, donde estudié durante cuatro años. Pero en mi tercer año sentí que quería ingresar al seminario. Me gustó mucho el canto de los seminaristas. Cuando los vi con sotana, me fascinó tanto su apariencia, que siempre quise vestir ese atuendo. Estos eran sentimientos extraordinariamente misteriosos de la presencia de Dios en mi vida.
Después de terminar mis estudios de música, ingresé al seminario de la ciudad ucraniana de Ternopil, donde estudié durante siete años. Me alegró mucho saberme admitido como estudiante. Recuerdo el momento en que escuché mi nombre en la lista de candidatos. Salí corriendo del auditorio con lágrimas en los ojos, agradeciendo a Dios por este gran regalo.
Posteriormente, mi vocación se desarrolló en la “Ciudad Eterna”, en Roma, donde estudié Teología del Matrimonio y de la Familia en el Pontificio Instituto Juan Pablo II. Hoy doy gracias a Dios sinceramente porque mi vocación me ha traído al diaconado, primer grado del sacramento del Orden».
Adaptado de: www.ukrcatholic.org