El Rosario es para san Luis María Grignion de Montfort (1673-1716) el instrumento más poderoso de la misión. Aquí ofrecemos la segunda parte de su comentario sobre cada componente del Rosario (véase Un Minuto con María del 28 de abril de 2024):
«Además, al final de cada decena, es bueno añadir el Gloria al Padre, etc., decir: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos».
Montfort explicaba los misterios con pinturas del Evangelio (imágenes de gran tamaño). Enseña que el Rosario nos conforma con Jesús. Nuestro Señor quiere que recordemos sus bendiciones. Meditar los misterios es un gran medio de perfección y santificación (véase El admirable secreto del santísimo Rosario).
El Rosario «es esa agua clara que mana de la fuente de la gracia, mientras que las demás oraciones que buscamos en los libros, no son más que pequeños arroyos que de ella brotan» (SAR 38). Hay multitud de ejemplos de maravillas realizadas por el Rosario (SAR 98-115).
«He aprendido, por experiencia propia, el poder de esta oración del Rosario para convertir los corazones más endurecidos. Encontré a algunos a quienes las verdades más terribles predicadas en una misión no les habían impresionado y que, tras adoptar, siguiendo mi consejo, la práctica de rezar el Rosario todos los días, se convirtieron y lo entregaron todo a Dios. Vi una diferencia infinita entre la moral de la gente de las parroquias donde había hecho misiones, porque algunos, habiendo abandonado la práctica del Rosario, habían vuelto a caer en sus pecados; y los demás, por haberla conservado, se habían conservado en la gracia de Dios y progresaban cada día en virtud» (SAR 113).
Enciclopedia Mariana