Entre los muchos necesitados atendidos por sor Rosalía Rendu (1786-1856), hija de la caridad de San Vicente de Paul, en el barrio parisino de la Mouffetard, había uno que la preocupaba: un anciano enfermo, un ateo militante que se jactaba de haber participado en Nantes, durante el invierno de 1793-1794, en los terribles ahogamientos organizados para acelerar la erradicación de católicos y sacerdotes que atestaban las cárceles de la ciudad. Ante la agresividad del personaje y el orgullo que sentía por sus crímenes, nadie dudaba de que estaba condenado de antemano. Excepto la hermana Rosalía.
Con él, sor Rosalía no hace proselitismo ni da lecciones de moral: se contenta con dar ejemplo de caridad verdadera, constante y repetitiva. Simplemente le dio al hombre la medalla milagrosa, que Nuestra Señora acababa de revelar a sor Catalina Labouré, en noviembre de 1830, en la capilla de la Calle del Bac de París.
La intervención de Nuestra Señora es discreta, pero evidente: la medalla despierta en el anciano un recuerdo dormido desde hace más de cuarenta años y del que nunca había hablado con nadie, pero en el que la devoción mariana es preponderante. De repente recuerda el cántico de san Luis María Grignion de Montfort a Nuestra Señora de la Buena Muerte:
“¡Confío, Virgen, en tu ayuda! Sírveme en mi defensa, cuida de mis días y, cuando llegue mi última hora a determinar mi destino, déjame morir la muerte santísima”, que había oído cantar una vez a los vendeanos que subían al cadalso.
Llorando, el hombre de corazón tan endurecido, ¡pide volver al catolicismo! Murió poco después, piadosamente, en brazos de sor Rosalía, cantando “su canción” hasta el final.
1000raisonsdecroire.mariedenazareth.com - La conversion inespérée d'un bourreau de la terreur (1830)