El 20 de abril de 1493, Cristóbal Colón se presentó ante los reyes de España, Fernando e Isabel, a las puertas de Barcelona. Coronado por el éxito de su expedición, el navegante genovés se arrodilla humildemente ante ellos y los reyes, en un gesto sublime, también caen de rodillas. Luego los tres entonan un Te Deum de acción de gracias, agradeciendo a Dios por el éxito de la expedición.
La Santísima Virgen fue la estrella polar —se ha dicho— de estos exploradores y misioneros. El 20 de abril de 1940, en Génova, el papa Pío XII pudo con razón dirigir estas elocuentes palabras con motivo del aniversario de este encuentro:
«Genoveses, saludad a Cristóbal Colón, no solo el audaz navegante que venció la oposición de ciertos científicos así como las furias del océano, sino que también fue un gran devoto de la Santísima Virgen. Puso su expedición bajo la protección de María y dio el nombre de Santa María a su carabela. Se sube a su barco, se despide de una Europa sorprendida y escéptica; se aventura sobre las olas indomables y, al final de su viaje, se arrodilla ante Jesús que calma las tormentas y ante María, la estrella del mar».
Enciclopedia Mariana: tomo IV, Beauchesne 1956, pág. 26.