19 de septiembre – Francia: Nuestra Señora Reconciliadora de la Salette (1846)

«Por sus lágrimas, María nos ayuda a comprender la dolorosa gravedad del pecado»

Unsplash/Jaka Škrlep
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El 19 de septiembre de 1846, dos niños ignorantes, Maximin (de 11 años) y Mélanie (de casi 15) cuidaban sus rebaños en las montañas, sobre el pueblo de La Salette, en la diócesis de Grenoble (Francia). Se les aparece una luz brillante en la que distinguen, en actitud de profundo dolor, a la que llamarán "la Hermosa Señora". Esta aparece sentada, con la cabeza entre las manos y sollozando. Los dos pastorcitos experimentan, primero un gran miedo, pero la Señora se levanta y los llama con voz amable: “Vengan, hijos míos, no tengan miedo”. Sin vacilación, corren hacia Ella y se detienen tan cerca, que casi la tocan. Lleva dos cadenas sobre los hombros y en el pecho una cruz sobre la que sangra Cristo, resplandeciente de luz.

Sus ojos están llenos de una inmensa tristeza: “Lloró durante todo el tiempo que nos habló —afirmará Mélanie—. Vi sus lágrimas fluir”. Ella les dijo: “Si mi pueblo no se somete, estoy obligada a soltar el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte y pesado, que ya no puedo contenerlo... Les di seis días para trabajar, me reservé el séptimo y no me lo conceden... Los que conducen las carretas no saben jurar sin poner el nombre de mi Hijo en medio (de sus injurias). Estas son las dos cosas que hacen que el brazo de mi Hijo se haya vuelto tan pesado”.

Después de hablar de cosechas desastrosas por los pecados de los hombres, añadió: "Si se convierten, las piedras y las peñas se convertirán en montones de trigo". Termina así: "Vengan, hijos míos, harán bien en transmitir este mensaje a toda mi gente”. Finalmente, subiendo a la cima de la meseta, se elevó sobre el suelo y desapareció lentamente.

“María, Madre llena de amor”, escribió el papa Juan Pablo II el 6 de mayo de 1996, “mostró en La Salette su tristeza ante el mal moral de la humanidad. Con sus lágrimas, nos ayuda a comprender mejor la dolorosa gravedad del pecado, del rechazo de Dios; pero también la fidelidad apasionada que su Hijo guarda hacia sus hijos, Él, el Redentor, cuyo amor está herido por el olvido y el rechazo".

Fuente: extractos de Le Capitaine Darreberg, por H. Perrin

Asociación de los peregrinos de La Salette, 38970 Corps. 6a edición, 1973.

http://www.clairval.com/lettres/fr/2004/10/18/6201004.htm

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