La Santísima Virgen poseía muchas cualidades por las cuales debe ser alabada. Estaba “llena de gracia”, según el testimonio del ángel; fue escogida como Madre de Dios y, aunque había llegado a ser madre de Dios, solo se gloriaba de su humildad, diciendo (Lc 1,48): “Porque se fijó en su humilde sierva”.
El Señor buscaba una mujer por quien la humanidad se salvaría y por medio de quien lo contrario sería curado por lo contrario. La raza humana se perdió por la soberbia, ya que el principio de todo pecado es la soberbia. No hubiera sido correcto que el Hijo humilde habitara en una madre orgullosa, es decir, el que había de salvar al género humano con su humildad.
Por lo tanto, Dios solo considera la humildad. Sobre la humildad de María Santísima, Agustín escribe en un sermón sobre su Asunción: “¡Oh, verdadera humildad de María, que engendraste a Dios para los hombres, que hiciste conocer la vida a los mortales, que abriste los cielos, purificaste el mundo, descubriste el Paraíso a los hombres y liberaste sus almas!
Santo Tomás de Aquino, Sermones.
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