Durante la década de 1970, en Francia, las parroquias, las capellanías, los movimientos juveniles católicos apenas promovían la devoción al Rosario. Yo desconocía por completo esta práctica y, de repente, desde los primeros minutos de mi seminario, me sumergí en este mundo desconocido, maravilloso y fascinante: la piedad mariana.
A lo largo de los años siguientes, animado por los formadores del seminario, tomé la loable costumbre de rezar el Rosario. Cómo olvidar ese día en que los jóvenes franceses de entonces, acostumbrados todavía al biberón del laicismo republicano, vimos estupefactos al rey Balduino mezclarse entre los jóvenes estudiantes peregrinos, marchar hacia Nuestra Señora de Beauraing y rezar con nosotros rosario en mano.
Una vez convertido en sacerdote y capellán de la escuela secundaria, dirigí un grupo de 35 adolescentes rudos para rezar el Rosario en Lourdes, frente a la gruta de Massabielle. Caía la noche sobre el santuario y nuestros jóvenes rebeldes, lejos del fragor alcohólico, mezclaban sus voces serenas con el rumor silencioso del río Gave.
Fue entonces cuando, curiosamente, dos patos y un sapo llegaron a pasearse entre los jóvenes orantes, como si quisieran participar de la armonía que se respiraba. También estaban dos ancianas alemanas que se sentaron en el círculo de los piadosos rebeldes. Lo notable en esta escena tan surreal era que ya nadie le tenía miedo a nadie. Este momento libre, pacífico y fraterno fue una gracia verdaderamente mariana.
Padre Guillermo de Menthière, licenciado en Teología y maestro en Filosofía. Fue ordenado sacerdote por la diócesis de París en 1991. Es profesor de Teología en la Escuela Catedral de París y en el Collège des Bernardins.