¿Cómo rezar el Rosario? Despacio y sin separarlo de los misterios que lo componen. El peligro es que la oración se vuelva mecánica: «Y, al orar, no hablen mucho, como los gentiles» (Mt 6, 7). Pero más vale no ser perfeccionista y aceptar nuestra pequeñez, ya que el demonio busca siempre desanimarnos.
Un día, una persona atormentada por sus distracciones consulta a un sabio religioso y este le responde, no sin humor: «Sabe, la gente que no se distrae durante la oración es la que no reza… Además, una madre que ama a su hijito se siente feliz de tenerlo en sus brazos, pero si él quiere irse a jugar con su camión o su muñeca, ¿se molestaría? No, mientras no se aleje de su mirada maternal…».
La práctica del Rosario diario es la puerta estrecha, por la que pocos, penosamente, deciden pasar, pues hay que inclinar la cabeza, volverse dócil y obediente, ser humilde.
La humildad es la virtud sin la cual nadie puede entrar en la eternidad de Dios. Al tomar esta arma casi celestial, ponemos nuestra mano en la de María. Ella nos sostendrá en la gran prueba de este mundo y, como dijo en Fátima, “Las almas que abrazan la devoción a mi Inmaculado Corazón —consagración a María, devoción al Rosario e imitación de sus virtudes— serán amadas por Dios, como flores colocadas por mí, para adornar su trono” (aparición de Nuestra Señora de Fátima del 13 de junio de 1917).
Adaptado de: www.beatitudes.org