El 15 de agosto de 1988, en su Carta Apostólica sobre la Dignidad de la Mujer y en continuidad con el pensamiento de padres de la Iglesia como Gregorio el Hacedor de Milagros, el papa Juan Pablo II afirma que la revelación de la Trinidad ya le había sido dada a María en la Anunciación. Esta revelación permite a María alcanzar una unión inigualable con Dios, por obra del Espíritu Santo y manifiesta al mismo tiempo la dignidad de la mujer y la autenticidad de la libertad de María:
«La revelación que Dios hace de sí mismo, es decir, la unidad insondable de la Trinidad, está contenida esencialmente en la Anunciación de Nazaret. "He aquí que concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y lo llamarás Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo". — "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el ser santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios... Porque nada es imposible para Dios" (Lc 1, 31-37). (…)
María logra así tal unión con Dios que supera todas las expectativas del espíritu humano. Supera incluso las expectativas de todo Israel y, en particular, de las hijas de este pueblo elegido, que en virtud de la promesa podían esperar que una de ellas se convirtiera un día en la madre del Mesías. ¿Quién de ellas, sin embargo, podría imaginar que el Mesías prometido sería el "Hijo del Altísimo"? Desde la fe monoteísta en la época del Antiguo Testamento, era difícil pensar eso. Solo por el poder del Espíritu Santo "que vino sobre ella" María pudo aceptar lo que es "imposible para los hombres, pero posible para Dios" (Mc 10, 27).
Así, la "plenitud de los tiempos manifiesta la extraordinaria dignidad de la mujer". (…) María expresa su libre albedrío y, por tanto, la plena participación del “yo” personal y femenino en el acontecimiento de la Encarnación. Por su “fiat”, María se convierte en sujeto auténtico de la unión con Dios la cual se realiza en el misterio de la Encarnación del Verbo consustancial al Padre. Toda la acción de Dios en la historia humana respeta siempre el libre albedrío del yo humano. Lo mismo ocurre en la Anunciación de Nazaret».*
Síntesis de Françoise Breynaert
Extractos: Enciclopedia Mariana