En la Anunciación, María, que ya estaba colmada de gracias, se convierte de manera muy particular en la morada del Espíritu Santo: es él, en efecto, quien la cubre con su sombra para que se convierta, en total adhesión a la Palabra de Dios, en la Madre del Hijo de Dios. Ella es el Arca de la Alianza que lleva en sí al Hijo de Dios (Lc 1, 26-38).
A esta experiencia ejemplar de escucha de la Palabra de Dios en el Espíritu durante la Anunciación se refiere Pentecostés, tal como lo describe el evangelista Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Así como el Espíritu estuvo en el origen de la formación del cuerpo y del alma del Hijo de Dios en María, así el Espíritu formó a Cristo en la Iglesia naciente.
De la misma forma que alienta el ánimo de María que va a visitar a su prima Isabel, así suscita la misión apostólica. Finalmente, así como hace brotar del corazón de María un canto de acción de gracias (Lc 1, 46-56), así está en el origen del asombrado testimonio de los apóstoles y discípulos (Hch 2, 4-13).
M. J. Le Guillou, Les témoins sont parmi nous (“Los testigos están entre nosotros”), Edition Parole et Silence 2004.