3 de junio – Italia, Messina: Nuestra Señota de la Carta – Solemnidad de la Santísima Trinidad – San Carlos Lwanga

La propia María se atrevió a decirle: « ¿Por qué nos has hecho esto? »

El padre Guillaume de Menthière, sacerdote de la diócesis de París, pronunció la homilía de la misa de despedida del padre Cyril Gordien, el 20 de marzo de 2023, en la iglesia de Saint-Pierre-de-Montrouge en París. Extracto de su homilía:

«¡Pero no tiene sentido, Padre, la muerte de este sacerdote, tan bueno, tan amado, tan joven! » Esto me comentó ayer un feligrés de la Iglesia de la Asunción en París. Ante los ojos humanos, ciertamente, es absurdo e impactante. Durante casi una semana las únicas palabras de nuestra oración, reconozcámoslo, son las que la Inmaculada dirigió a su divino Hijo: “¿Por qué nos hiciste esto?” (Lc 2,48) ¡Oh Dios mío! ¿Por qué tuviste que hacernos esto? ¡Cuán cerca está de nosotros nuestra buena Madre Celestial! ¡Cómo comprende nuestro asombro, nuestras desilusiones, incluso nuestras protestas!

Bendita sea la Santísima Virgen que nos canoniza las palabras de incomprensión: “¿Por qué nos hiciste esto? Bendita sea la Virgen María y San José que santifican nuestros aturdimiento: “No comprendieron lo que les decía…” (Lc 2,50)

Pero si nos ponemos del lado de María cuando cuestiona, imitémosla también cuando “guarda fielmente todas estas cosas en su corazón para meditarlas”. (Lc 2, 19; 51) Esta homilía debe traer, como dicen los periodistas, «elementos de respuesta a nuestro por qué» (…).

En esta fiesta de San José, consideremos a José el patriarca, hijo de Jacob: José el patriarca, en el momento en que fue reconocido en Egipto por sus hermanos que lo vendieron, pronunció estas memorables palabras: «El mal que pretendías hacerme, Dios lo ha cambiado por bien» (Gn 50, 20).

Una certeza que debe vivir en nosotros. Sí, ciertamente Dios puede hacer bien de todo mal. Los sacerdotes están bien situados para saber esto. En el confesionario, son testigos de una alquimia prodigiosa: por el poder de la misericordia de Dios, todo el fango del pecado se convierte en fuente clara de gracia. Cuando el pecador confiesa humildemente su falta, ¡entonces incluso el mayor mal, el pecado, se convierte en una bendición!  Sí, «todo coopera para el bien de los que aman a Dios » (Rm 8, 28), etiam peccata, ¡incluso los pecados!

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