Al arrancar el auto, al iniciar un viaje, digo: “¡Vamos, niños, recemos el Rosario!”. Cada vez que manejamos por más de 20 minutos, me digo a mí misma que ese es el momento ideal para rezar un Rosario juntos. Mis hijos se quejan. Prefieren escuchar música, un audiolibro o mirar por la ventana.
"Sé que no quieren orar conmigo", digo sonriendo. "Lo sé porque yo sentía lo mismo cuando era pequeña. Mi mamá y mi papá siempre rezaban el Rosario con nosotros durante los viajes largos en auto. ¡Fingía estar dormida para no tener que unirme a ellos!". Mis hijos ríen. Entonces uno de ellos responde: "¿Entonces por qué nos haces orar? ¡Nosotros tampoco queremos orar!".
Tengo una respuesta a esta otra objeción: "Porque ahora que soy adulta, entiendo algunas cosas que no entendía cuando tenía su edad. Sé que algún día el Rosario les será importante. Habrá un momento en sus vidas en el que sientan que el mundo se está desmoronando a su alrededor. Desearía poder evitar que eso suceda, pero no puedo. No sé qué forma tomará esta terrible experiencia, pero sé que el sufrimiento y la angustia son realidades inevitables en esta vida mortal y que un día las enfrentarán por ustedes mismos.
Ese día, es posible que yo no esté aquí para ayudarles y apoyarles. Pero alguien estará, alguien que los ama aún más que yo: Nuestra Madre Celestial, la Santísima Virgen María. Nadie que se haya refugiado bajo su protección ha quedado defraudado. Su Rosario es un signo de esta protección. Cuando llegue ese día, puede que estén tan confundidos que ni siquiera encuentren las palabras para orar a Dios. Su corazón gritará de dolor, pero su mente no podrá formular palabras. A veces el dolor es demasiado grande y no podemos expresarlo.
Entonces, qué regalo será tener las palabras del Rosario, memorizadas, impresas para siempre en tu memoria. Cuando sus propias palabras fallen, las palabras de la Escritura que componen el padenuestro y el avemaría, siempre estarán a su alcance. Por eso les enseño estas oraciones”.
Sé que el Rosario es un cable de vida entre el Cielo y la Tierra, y espero que mantengan este vínculo durante toda su vida.
Mis hijos dejan de quejarse y acceden a orar conmigo, y les prometo que podrán oír su música cuando terminemos.
Theresa Civantos Barber