El estudio de la distribución de las apariciones de Lourdes muestra que parecen estar cuidadosamente programadas en torno a los 40 días de Cuaresma.
No menos de 14 de las 18 apariciones tienen lugar durante este tiempo litúrgico, que de hecho constituye la columna vertebral del conjunto. Esta centralidad se ve reforzada por la disposición de las cuatro apariciones restantes: “enmarcan” este periodo; dos antes y otras dos después.
Otro signo de la importancia decisiva de este período es el hecho de que María habla por primera vez a Bernardita durante la aparición que sigue al Miércoles de Ceniza, día en que comienza la Cuaresma. Entonces ella le pregunta: «¿Me haces el favor de venir aquí durante 15 días?»
Se sucederán trece apariciones, intercaladas con dos descansos de un día, dividiéndose estas apariciones en tres series.
Luego viene una pausa de tres semanas antes de la decimocuarta y última aparición de Cuaresma, aquella en la que María se presenta pronunciando la frase clave de sus visitas a Lourdes: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Estas palabras son pronunciadas el mismo día de la fiesta de la Anunciación.
Es durante este conjunto de trece apariciones, las primeras de Cuaresma, que María llama a orar por los pecadores, pide su conversión e insiste en la penitencia. Esta penitencia toca tanto el cuerpo como el espíritu.
En la séptima visita, que tiene lugar en el centro exacto de este conjunto, Bernardita se humilla obedeciendo las instrucciones de la Madre de Dios. Realiza gestos aparentemente absurdos y desagradables, como besar la tierra, gatear, echarse barro en la cara, lavarse en el manantial, comer la hierba que crece en la gruta, mientras intenta beber el agua lodosa que brota del suelo y que, después de que Bernardita cavara la tierra, se convertirá en el famoso manantial milagroso.
La gente presente está consternada. Muchos consideran que la pastorcita está loca. Su docilidad y obediencia son tanto más llamativas cuanto que se producen en un contexto de desprestigio social para la familia Soubirous.
El hecho de comer hierba recuerda el comportamiento de ciertos animales, que se purgan mediante esta práctica. Este gesto, como la presencia del agua, evoca rituales tradicionales de purificación, los cuales adquieren todo su sentido en este período de Cuaresma, que es un tiempo de ayuno y santificación antes de Pascua, y cuya austeridad alimenta la conciencia del pecado.
Patrick Sandrin en À ciel ouvert (A cielo abierto) EDB, Nouan 2013, p. 115-116.