María sabía, como todas sus compañeras, que una de ellas algún día se convertiría en la Madre del Mesías, así como los hombres, incluidos los apóstoles, sueñan con ser ministros o generales del gran Rey. Ser madre de este glorioso Rey era, por tanto, la ambición suprema ofrecida a las mujeres.
María había retenido algo más: Dios que vino a cubrir con su sombra el “arca de la alianza” de Moisés… prometió a través de los profetas regresar misteriosamente a su pueblo, simbolizado por la “Hija de Sión”. “Alégrate, hija de Sión, el Señor vendrá en ti como un valiente Salvador”, repitieron Sofonías y otros profetas.
En cuanto a ser Madre del Mesías, Ella nunca pensó en ello; porque Dios le había inspirado, desde muy joven, algo completamente diferente en lo más profundo de su corazón: “Señor, seré todo tuyo; Sólo quiero ser tuya” (Lc. 1, 34)... Esto había eclipsado en Ella la perspectiva del matrimonio: la gran fiesta en la que la novia se convertía en reina por un día no le concernía.
Sin entender completamente cómo escaparía a las costumbres establecidas, respondió a este llamado íntimo... confiando en Dios para que esto sucediera.
Monseñor René Laurentin: Extracto de la Vida auténtica de María