Sin saberlo, cada mujer bautizada tiene una verdadera misión en la Iglesia. ¡Su misión es dar vida! Ella no lo sabe, pero el niño a quien dio a luz, algún día podría llevar la mitra y sostener el báculo. ¿A quién le deberá el niño esta misión? ¿No es a quien lo dio a luz? Quien llevó, alimentó, cuidó y formó; quien le enseñó, en el silencio de su corazón, a hacer de la Iglesia, a quien él invoca, una verdadera “madre”. ¡Pregúntale!
¡El Fundador de la Iglesia es Jesucristo! Para fundar la Iglesia, eligió a sus apóstoles y los envió a una misión. ¿Pero a quién confió esta Iglesia? A la única mujer en la que confiaba completamente: a su propia Madre. Ella fue fuerte y valiente al pie de la cruz, sostenida por el discípulo amado. ¡Todos los demás habían huido temblando de miedo!
¿Y la gente vendrá y nos dirá que las mujeres no tienen lugar en la Iglesia? ¿Qué hacía ella al pie de la cruz? ¿Solo proclamar su dolor? ¿Cuál es entonces el lugar de la mujer en la Iglesia? ¡Ese mismo que el Señor le dio, al pie de la cruz!
¡Ella consoló a Pedro! ¡Moderó a Pablo! Y, glorificada en su cuerpo y alma, aquella a quien el pecado nunca tocó, continúa con su verdadera misión: enseñar a la Iglesia a ser Madre. Esta es la misión de toda mujer, como mujer, ya sea casada o consagrada. Esta es la misión de la Iglesia, ya sea “comunión” o “institución”.
Aline Lizotte: www.aso-srp.org