La Señora del Cielo le pidió a Juan Diego* que subiera a la cima [del cerro del Tepeyac] y recogiera flores, variadas, hiciera un ramo y se las llevara [al obispo Zumárraga]. Juan Diego hizo lo que le pedía y encontró allí un espectáculo asombroso con multitud de magníficas flores que habían crecido en pleno invierno. Se las llevó a la Virgen, quien las tomó en sus manos y le dijo:
“Oh, el más humilde de mis hijos, estas flores son la prueba, la señal para el obispo. En mi nombre le dirás que vea en ellas lo que quiero, para que se cumpla mi voluntad y mi deseo. Tú eres mi mensajero, en ti confío.
Te ruego que abras tu manto solo en presencia del obispo. Le harás saber y descubrir lo que llevas. Le contarás todo: que te pedí que subieras a la colina hasta la cima y que recogieras las flores allí. Le contarás todo lo que has visto, admirado. Y el corazón del Señor de los sacerdotes cambiará y hará lo que tenga que hacer para construirme el Templo que le he pedido».
Juan Diego salió, abrió su manto frente al obispo, dejó caer las flores milagrosas y al mismo tiempo descubrió la imagen sobrenatural impresa en su manto.
Si bien la evangelización de América tuvo muy mal comienzo debido al comportamiento de los conquistadores, la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe llevó a 9 millones de indígenas a pedir el bautismo durante la siguiente década.
Traducción a partir del texto de Jean-Pierre Rousselle La Dame du Ciel (“La dama del Cielo”), Edition Téqui, 2004.
* En 1531, Nuestra Señora de Guadalupe se apareció cuatro veces a un indígena azteca, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, en la colina del Tepeyac, cerca de Ciudad de México.