El periodo pascual nos ofrece muchos relatos de apariciones de Jesús resucitado a los primeros cristianos; pero un personaje parece olvidado, en la sombra o, más bien, discreto en su silencio: la Virgen María. Ella es mencionada al pie de la cruz, formará parte de la primera comunidad reunida en el Cenáculo; pero ¿dónde está durante la Semana Santa?
La piedad popular ha llenado este vacío y autores reconocidos la han seguido: en sus Ejercicios Espirituales, cuando se trata del misterio de la Resurrección, san Ignacio de Loyola, por ejemplo, aconseja meditar sobre el hecho de que Jesús «se apareció a la Virgen María. Aunque la Escritura no lo menciona, resulta evidente al decir que se apareció a muchos otros». En esa misma época, santa Teresa de Ávila tuvo una revelación privada: «porque ella tenía mucha necesidad de él: el dolor la había invadido y traspasado completamente» y aún no volvía en sí misma para gozar de la dicha [de la fe]; y como pasó mucho tiempo con ella, era necesario consolarla».
San Juan Pablo II explicó en el mismo sentido: «Es impensable que la Virgen, presente en la primera comunidad de discípulos, haya sido excluida del número de los que se encontraron con su Hijo resucitado. Por el contrario, es probable que la primera persona a quien Jesús resucitado se haya aparecido fuera su Madre. Su ausencia en el grupo de mujeres que acudió al sepulcro al amanecer, puede ser una señal de que ya había visto a Jesús. El carácter único y especial de su presencia en el Calvario y su perfecta unión con el Hijo en sus sufrimientos sugieren una participación muy particular en el misterio de la Resurrección».
Sin duda, este encuentro entre María y Jesús fue demasiado íntimo como para relatarlo directamente.
Extractos adaptados de: Lectio Divina