El Concilio Vaticano II ya hizo el paralelo entre la Virgen María y la Iglesia sobre el tema de la virginidad y la maternidad, y completa este paralelo con el tema de la santidad de María, figura de la santidad de la Iglesia. La devoción mariana se presenta así a los fieles como un camino de santidad.
En efecto, María es el arquetipo de la santidad de la Iglesia, como afirma la constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, en el párrafo 65: “La Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga” (cf. Ef 5, 27).
No se trata tanto de la santidad de la Iglesia en la gloria de la futura Resurrección, sino de la santidad que Cristo comunica a la Iglesia en su misterio pascual, hecho presente por el bautismo:
“Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5, 25-27).
María es modelo de virtudes. “Los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso elevan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos” (Lumen gentium 65).
Françoise Breynaert: Enciclopedia Mariana