“Hay días en que santos y patronos no bastan. Los más grandes patronos y los más grandes santos. Patronos ordinarios y santos ordinarios. Entonces hay que subir, volver a subir, subir siempre; aún más alto, todavía.
Entonces, tienes que tomar fuerzas con las dos manos. Y hablarle directamente al que está por encima de todo. Ser audaz. De una vez.
Dirigirse audazmente a quien es infinitamente bella; porque también es infinitamente buena. A la que intercede; la única que puede hablar con la autoridad de una madre. Hablar con denuedo a la que es infinitamente pura; porque también es infinitamente dulce. A ella que es infinitamente noble; porque también es infinitamente cortés. A la que es infinitamente rica: porque también es infinitamente pobre. A ella que es infinitamente elevada; porque también es infinitamente sencilla. A ella que es infinitamente grande; porque también es infinitamente pequeña, infinitamente humilde. Una madre joven. A alguien que es infinitamente joven; porque también es infinitamente madre. A la que es infinitamente recta; porque también se inclina infinitamente. A la que es infinitamente gozosa; porque también es infinitamente dolorosa. A ella que es toda grandeza y toda fe; porque también es toda caridad. A ella que es toda fe y toda caridad; porque también es toda esperanza. Amén”.
Charles Péguy (1873-1914). Extracto de Le Porche du mystère de la deuxième vertu (“El pórtico del misterio de la segunda virtud”). Traducción de Gloriantonia Henriquez.
Y también: Enciclopedia Mariana