Al acercarnos al mes de octubre, que anteriormente hemos destinado a ser consagrado a la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, exhortamos a los fieles a realizar los ejercicios de este mes con la mayor religiosidad, piedad y asistencia posible. Sabemos que, en la bondad materna de la Virgen, está dispuesto un refugio y estamos seguros de que no ponemos en ella en vano nuestras esperanzas.
Si ha manifestado cien veces su asistencia en las épocas críticas del mundo cristiano, ¿por qué dudar de que renovará las muestras de su poder y de su favor, si en todas partes se le dirigen humildes y constantes oraciones? Además, creemos que su intervención será tanto más maravillosa cuanto más tiempo haya querido que se le implore.
Pero tenemos otro plan (…). Para que Dios se muestre más favorable a nuestras oraciones y, siendo numerosos los intercesores, acuda más pronto y más ampliamente en ayuda de su Iglesia, consideramos muy útil que el pueblo cristiano se acostumbre a invocar con gran piedad y confianza, junto con la Virgen Madre de Dios, a su castísimo Esposo, el bienaventurado José: lo que consideramos con certeza deseable y agradable para la misma Virgen.
Papa León XIII (1810-1903), encíclica Quamquam pluries, 15 de agosto de 1889.
Enciclopedia Mariana