Mi práctica religiosa está en pañales. Rezo el Rosario durante mis viajes en moto y no es raro que no lo termine, que me quede corto en una decena porque, una vez que salgo de mi vehículo, rápidamente me invade el trabajo diario y la vida familiar. Tanto es así que rara vez rezo los fines de semana porque son días en los que pocas veces viajo solo.
En cuanto a la práctica real, trato de mantener los misterios en mente mientras repaso los avemarías, pero pronto pierdo la pista y me encuentro contemplando el misterio o concentrándome en mantener el hilo de las oraciones, rara vez ambas cosas al mismo tiempo.
En cuanto a lo que me ha aportado el Rosario... Por lo pronto, un conocimiento más íntimo de los misterios, que me entregan (raramente, pero con regularidad) las "claves" de comprensión. El deseo de profundizar en aquellos misterios que conozco poco. Por ejemplo, durante unas semanas, fue la Transfiguración la que atrajo mi atención y sentí la necesidad de leer y releer los versículos y sus comentarios.
También me gusta sentir la presencia dulce y consoladora del Padre y de María al decir los avemarías. Me gusta profundizar en los misterios, a través de ella, considerándola como la puerta del Cielo, quien lleva mis oraciones mucho más allá de lo que yo soy capaz de hacer. Es poco, pero ya es mucho. No es espectacular, pero estos son los principales frutos que he visto aparecer en estos últimos años.
Testimonio de A. P., septiembre de 2020