San Pío V, perteneciente a la orden de los dominicos, fue un ferviente defensor del Rosario. También había tenido una revelación privada del éxito milagroso de la batalla de Lepanto y había dado gracias espontáneamente, incluso antes de tener el más mínimo conocimiento del curso de las operaciones y el éxito de la flota cristiana. La fecha del 7 de octubre fue muy simbólica: era en efecto la fecha tradicional de reunión y oración de las cofradías del Rosario, marcada por una solemne procesión de intercesión.
El Papa no fue el único en considerar milagrosa esta victoria: el Senado de Venecia decidió colocar, debajo del cuadro de la batalla que se encuentra en el Palacio Ducal, la inscripción "Nè potenza e armi nè duci, ma la Madonna del Rosario ci ha aiutato a vincere”, es decir, “No fue ni el poder ni las armas ni los líderes, sino la Virgen del Rosario quien nos ayudó a vencer”.
Pío V decidió instituir la festividad el 7 de octubre, para darle un lugar en la liturgia a la devoción al Rosario, que primero fue llamada festividad de Nuestra Señora de la Victoria. El papa Gregorio XIII cambió su nombre por el de festividad del Santo Rosario y san Pío X le dio su nombre actual: Nuestra Señora del Rosario. En el calendario romano actual, Nuestra Señora del Rosario figura como memoria el 7 de octubre.
Esta fiesta litúrgica, decidida por Pío V y continuada por los papas Gregorio XIII y Pío X, formalizó una especie de monopolio dominico sobre la propagación y organización de esta devoción, que nació en el corazón del Medioevo.
Fuente: Isabelle Rolland, Encyclopédie mariale (“Enciclopedia Mariana”). Texto tomado de mariedenazareth.com.