En Francia, particularmente, las apariciones marianas nunca han dejado de confirmar la importancia del Rosario. En la calle del Bac, en 1830, la Virgen pide rezar el Rosario; en La Salette, en 1846, así como en Pellevoisin, la Virgen María se adorna con tres coronas de rosas que simbolizan los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos; en Pontmain, en 1871, durante el rezo del Rosario, María creció y las estrellas se multiplicaron; en Beauraing y Banneux, en 1933, la Virgen María se apareció con un rosario; en Lourdes, en 1858, la Virgen María apareció en una gruta donde crecía un escaramujo (rosa silvestre), llevaba un rosario y, en cada uno de sus pies, florecía una rosa; en Isla Bouchard, en 1947, la Virgen María presentó el rosario a los pequeños videntes y les enseñó a rezarlo; en Fátima, renueva su petición y explica que el rezo del Rosario es absolutamente necesario para la salvación del mundo...
Este “don del cielo”, como decía el padre de Montfort, es de un poder inmenso: "Mientras, siguiendo el ejemplo de santo Domingo, los predicadores proponían la devoción del santo Rosario, la piedad y el fervor florecían en las órdenes religiosas que practicaban esta devoción y en el mundo cristiano; pero, desde que descuidamos este regalo del cielo, vemos cada vez más pecado y desorden por todas partes”. San Juan Pablo II recordó que la práctica del Rosario permite aprender a orar, trabajar por la paz, orar por nuestras familias y responder a las repetidas peticiones de la Virgen María hechas durante las diversas apariciones que nos ofreció.
Isabelle Rolland: folleto Le Rosaire présent du Ciel et chemin de sainteté (“El Rosario, regalo del Cielo y camino de santidad”).