"El momento de la venida del Mesías fue predicho por el estado del pueblo judío, por el estado del pueblo pagano, por el estado del Templo, por el número de años: era necesario que las cuatro monarquías, el final del reino de Judá y las setenta semanas se dieran en el mismo momento y todo antes de que el segundo Templo fuera destruido” (Blaise Pascal, Pensamientos 708 y 709).
Los paganos, beneficiándose también de anuncios parciales, conocen una especie de polarización de la atención, el culmen de una expectativa, improbable según las categorías ordinarias, precisamente en torno a los años en que apareció Jesús. Es un hecho histórico comprobado: por inexplicable que parezca, la atención del mundo se concentra en el siglo I, en un solo punto, en una lejana provincia romana.
Esta espera del mundo es la que María lleva más que ninguna otra en su corazón, en su oración al Lugar Santísimo. Se cumplirá para ella y para todos los cristianos con la venida del Salvador, en la plenitud de los tiempos señalados.
Pero para quien no lo haya reconocido, la cita perdida será un signo de interrogación durante mucho tiempo. Como el mismo Talmud observa, “todas las fechas que estaban calculadas para la venida del Mesías ya han pasado” (Tratado Sanedrín 97). Y, desilusionados, los doctores de Israel intentarán reinterpretar la espera del Mesías.
Mientras tanto, “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca” (Mc 1, 14). El curso de las vicisitudes humanas parece un instante en suspenso, detenido cuando Augusto concede al mundo uno de los rarísimos períodos de paz de la historia, la Pax Romana, mientras sobre Palestina brilla la estrella que anuncia la venida del Príncipe de la Paz.
Según las Hypothèses sur Jésus (“Hipótesis sobre Jesús”) de Vittorio Messori, Mame, 1978, pág. 95.