El Rosario no es sólo una oración contemplativa que promueve la unión con Dios y nuestra identificación con Cristo a través de María. Es una oración de súplica de extraordinaria eficacia. Innumerables son las gracias obtenidas por el Rosario para nuestra santificación personal así como para la sociedad cristiana. La victoria de Lepanto(1) es el testimonio más contundente de ello: ¡Nuestra Señora del Rosario es Nuestra Señora de las Victorias!
¿Cuáles son las razones de este poder del Rosario sobre el Corazón de Dios y sobre el de Nuestra Señora?
Respondamos primero que el Rosario tiene las cualidades requeridas para una oración eficaz, porque nos hace pedir con perseverancia, confianza y humildad. También se presta a la recitación comunitaria, especialmente dentro de la familia; sin embargo, Jesús nos prometió que nos concedería lo que acordemos pedirle. Además, recordamos lo que Jesús y la Santísima Virgen han hecho por nuestra salvación. Todas estas son motivos para que nuestra oración sea respondida.
La repetición del avemaría conmueve el Corazón de María que es el Corazón de nuestra Madre. Y, sobre todo, esta oración solicita la intercesión de María, que es todopoderosa sobre el Corazón de su Hijo. Ella es todopoderosa con el Todopoderoso. Podríamos llamarla: omnipotencia suplicante.
“Almas predestinadas, esclavas de Jesús en María, decía San Luis María de Montfort, aprended que el avemaría es la más hermosa de todas las oraciones después del Padrenuestro; es el piropo más perfecto que podéis hacerle a María, ya que es el piropo que el Altísimo le envió por medio de un arcángel para conquistar su corazón; y fue tan poderoso sobre su Corazón, por los encantos secretos que lo llenan, que María dio su consentimiento a la encarnación del Verbo, a pesar de su profunda humildad. Es también por este cumplido que infaliblemente ganarás su corazón, si lo dices correctamente.
El avemaría bien dicho, es decir con atención, devoción y modestia, es, según los santos, el enemigo del diablo, que lo hace huir, y el martillo que lo aplasta, la santificación del alma, la alegría de los ángeles, la melodía de los predestinados, el cántico del Nuevo Testamento, la complacencia de María y la gloria de la Santísima Trinidad. » (Tratado sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n° 252-253)