Escuché esta historia cuando era adolescente, mucho antes de convertirme en católico. Un joven soldado estadounidense muy enfermo fue arrojado sin reparos a una sofocante prisión en medio de la jungla Yacía en el suelo sucio, medio inconsciente. Lo golpeaban constantemente, primero a diario, luego varias veces al día, a veces cada hora, y así semana tras semana.
Sin embargo, clavado al suelo por un dolor insoportable, presa de un delirio febril, había dibujado en el suelo con un dedo tembloroso, en un momento de lucidez, diez puntos dispuestos aproximadamente en círculo, y en el centro, una cruz.
El Rosario le impidió volverse loco en esos tiempos incomprensiblemente duros. Decir las palabras del ángel Gabriel y de Isabel a María, “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres”; rezar el padrenuestro y el gloria; contemplar los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, le permitió introducir a Dios de manera asombrosa en su oscura celda.
Porque el Rosario, como lo entendió tan claramente este soldado, no es una simple secuencia de oraciones recitadas una tras otra, ni siquiera una aburrida exposición de los acontecimientos de la vida de Cristo. No, al contrario, es más bien una inmersión profundamente mística en Dios. Es lo que permite escapar del ahora que parece tan difícil para entrar en una eternidad amorosa.
Inmediatamente después de mi conversión al catolicismo, pensé que el Rosario era solo una oración devocional hermosa y profunda. Me dije que tendría que rezarla de vez en cuando. Fue el conmovedor testimonio de este soldado lo que me hizo comprender que era mucho más que eso. El Rosario es un encuentro incomparable con Cristo, que es capaz de trascender las realidades más duras.
Tod Worner, estadounidense, casado, padre de familia, médico, católico convertido.
Adaptado de: www.fr.aleteia.org