Santa Ana, esposa de san Joaquín, es la madre de la Santísima Virgen María, es decir, antepasada de Jesús Redentor. Es una judía que vivió en Séforis cerca de Nazaret en Galilea y luego en Jerusalén, en Judea.
La Biblia no nos dice nada acerca de los padres de la Virgen María. El documento más antiguo que habla de ellos es el apócrifo protoevangelio de Santiago, el cual nos transmite una tradición judía que se remonta a la primera mitad del siglo II.
El culto a santa Ana creció primero en Oriente, como consecuencia del culto a la Virgen María, especialmente por el misterio de su Inmaculada Concepción, de su Natividad y de su presentación en el Templo.
En todo el mundo, santa Ana es venerada e invocada en un gran número de lugares de culto, en basílicas, iglesias y capillas, entre otros en Roma, en la iglesia parroquial de Santa Ana en el Vaticano; lo mismo en Jerusalén; en Quebec, en la basílica de Santa Ana de Beaupré; en el Congo, en la iglesia de Santa Ana en Brazzaville; en Asia, en Birmania y en Ceilán.
En Francia, el primer santuario dedicado a santa Ana fue la antigua catedral de Apt en Vaucluse, en el siglo XI, catedral donde se guardan las reliquias de la santa.
En Bretaña, el culto a santa Ana, sobre todo en la región de Auray, está históricamente ligado a la primera evangelización de Armórica, en los siglos VII y VIII.