«Todo se lo debo a Cristo porque él me lo dio todo. Yo era el único hijo de una familia de agricultores pobres de Guinea. Cristo me tomó de la mano, me llevó al seminario, me hizo sacerdote, obispo y hoy estoy en Roma». Así responde el cardenal Robert Sarah cuando se le pregunta sobre su vocación.
Robert Sarah nació el 5 de junio de 1945 en el seno de una familia de pequeños agricultores animistas. Desde los 12 años asiste regularmente a una misión de los padres espiritanos establecida cerca de su pueblo. Fue entre estos misioneros que descubrió su vocación. Seminarista en Costa de Marfil y luego en Francia, fue ordenado sacerdote el 20 de julio de 1969. Tenía entonces 24 años. Cursando estudios de exégesis, partió a Roma y permaneció allí hasta 1974. Luego regresó a Guinea donde se destacó por su extraordinaria caridad y actividad sin precedentes.
Su éxito desconcierta, sobre todo porque condena, arriesgando su vida, la arbitrariedad del presidente de Guinea, Ahmed Sékou Touré. Cuando este murió en 1984, Robert Sarah estaba a punto de ser arrestado y ejecutado.
En 1979 fue ordenado obispo por san Juan Pablo II, quien inmediatamente lo nombró arzobispo de Conakry (capital de Guinea). A los 34 años, se convierte en uno de los obispos más jóvenes del mundo y de la historia de la Iglesia. En 2010, Benedicto XVI lo creó cardenal. A fines de 2014, el papa Francisco lo nombró prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Robert Sarah también le dispensa, como san Juan Pablo II, una devoción particular a la Santísima Virgen. En su fe, ocupa un lugar eminente. Compuso una magnífica oración que recita regularmente. Es la siguiente:
Santísima Virgen María, Reina de los ángeles y de los santos, Mediadora de todas las gracias, en tu Inmaculado Corazón encontramos refugio y protección, porque eres nuestra Madre. Concédenos, como prometiste a los tres pastores de Fátima, ofrecer cada día nuestra vida por la salvación de los pecadores. Que tu amor materno toque los corazones endurecidos por el pecado, para que todos los hombres, salvados por la sangre de tu Hijo derramada en la cruz, encuentren el camino del amor, de la penitencia y de la reconciliación con Dios y con sus hermanos. Entonces, podremos cantar todos juntos y con un solo corazón, el triunfo de tu maternal misericordia.
Equipo de Marie de Nazareth