7 de marzo – Italia: aparición de la Madonna del Monte Berico (1426)

Con su «sí», María nos abrió la puerta del Reino de los Cielos

«Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad» (Jn 4,24) para que sus hijos sean definitivamente establecidos en la semejanza del Hijo de Dios. Pero este Reino del que habla Jesús, solo llegará cuando su Rey sea entronizado en la tierra por su victoria sobre «el príncipe de este mundo». Porque «pero a todos los que la recibieron [la Palabra] les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios» (Jn 1,12-13). Por tanto, es también a través de María, Madre de Jesús, su primogénito, que tiene lugar este nacimiento y este ingreso en el Reino de Dios.

A todos los hermanos de Jesús, en quienes nos convertimos al recibirlo —si queremos, porque debemos realizar un acto libre en este sentido—, se les propone un destino divino y eterno. Pero no siempre lo sabemos con claridad. Trastabillamos con los giros y vueltas de la vida, para encontrarnos en callejones sin salida que pueden ser mortales. Sin embargo, incluso de las situaciones extremas, Dios puede librarnos para volver a ponernos en marcha, si aceptamos, porque Dios no obliga a nadie, como sabemos por Jesús. Si aceptamos, aunque heridos y perturbados, nada se pierde. ¡Acabar bien es lo que cuenta! Acabar en los brazos del Padre, encontrarse con su Reino de vida eterna, ¡es lo que salva! En el Reino solo estarán los rescatados por el Salvador.

Sin embargo, hay un ser excepcional que no ha experimentado estos dolores y tormentos, aunque también tuvo su parte de dolor y sufrimiento, ¡y muy grande! (…) Ella es la única creatura que no ha desnaturalizado su condición humana manteniéndola inmaculada, tal como salió de las manos creadoras de Dios. Solo María salva el honor de la humanidad al haber aceptado su destino a través de su fiat.

Este fiat la convierte en la primera de los «dóciles», abriendo el camino a muchos otros que, al aceptar a Jesús, cumplen la voluntad del Padre. De modo que, si todos descendemos de Adán y Eva manchados por el pecado y, por tanto, condenados al error bajo el influjo de la ira divina, el Hijo de María e Hijo de Dios reparó todo en la cruz. Él restauró nuestra amistad con Dios. Aun más, nos hace hijos del Padre por adopción, e hijos e hijas de María espiritualmente, a quien constituyó como tal desde su agonía en la cruz.

Bibb

Adaptado de: nd2kabylie.org

 

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