Todo aquel que se ha consagrado a María, le pertenece de manera especial. Se ha convertido en un santuario de la Santísima Virgen.
La imagen de María le ayuda a alejar con energía todos los malos pensamientos. El amor de María le dio valor para emprender grandes cosas, superar el respeto humano, sacudirse el egoísmo, servir y obedecer con paciencia. Su mirada se fija interiormente en ella, es aficionado a la pureza, la humanidad, la caridad, que en el alma de la Virgen brillaban radiantes. Odia el pecado, lo combate en sí mismo y le hace la guerra con todas sus fuerzas.
Cuando ve a la Inmaculada pisoteando a la serpiente infernal, cuando contempla a la Madre de Dios sosteniendo a su divino Hijo, su voluntad ya no puede tener ninguna complacencia con el mal: al contrario, se enorgullece de pertenecer a Jesús y a María, sabe que María lo insta a hacer todo lo que Jesús le ordena o desea.
Papa Pío XII (1876-1958), extracto de Les fruits de la consécration ("Los frutos de la consagración”), de 26 de julio de 1954.