Para mí, María es una mujer importante que cuenta en mi vida. Ella es, por supuesto, la Virgen María, la Madre de Dios, la Madre de todos y siempre está presente con nosotros.
Desde allá arriba, en los Cielos, marcó mi vida. Vengo de una familia cristiana, la conozco desde siempre, sé desde niña y más con la edad que ella vela por nosotros, que está presente en nuestras vidas. Ella me guía en mi camino, a menudo le hablo, como se habla a una madre, a un amigo cercano. Le rezo, la escucho por la mañana cuando me despierto a través de magníficas canciones e himnos como "María coronada de estrellas”, “La primera en el camino”, “María, ternura en nuestras vidas”, sin olvidar “Salve Reina del Rosario” y “Dio vi salvi, Regina”. Estas palabras con música me traen alegría antes de empezar el día. Comparto así un hermoso momento con la Virgen María. María representa para mí ternura, benevolencia, escucha, presencia. También la llevo al cuello en una cadena.
María fue escogida por el Padre para dar a luz a su Hijo Jesucristo. Ella estuvo allí en el Calvario y al pie de la cruz, junto a su Hijo crucificado. Lo vio sufrir. Conoció el misterio, la alegría, tanta tristeza y sufrimiento, como finalmente nosotros que creemos en ella.
Me gusta entrar en las iglesias sin importar el lugar, presentarme ante la Virgen en silencio, con el mayor respeto, y sentir esa emoción tan profunda que casi me quita el aliento. La observo y sonrío cada vez porque ilumina el espacio con su presencia o, más bien, con su presencia espiritual. Cuando estoy feliz, le agradezco; cuando estoy triste, le pido que me ayude a superar los momentos difíciles; cuando necesito ayuda, hablo con ella: sé que está ahí, no muy lejos.
Sé que el día que me vaya a la otra orilla, ella me estará esperando, me abrirá las puertas del “Otro Mundo”. Imagino que las mujeres de mi familia que murieron demasiado pronto están con María y viven en el Cielo con su Santísima Madre.