Tras la visita del ángel en la Anunciación, se augura un periodo difícil para la Virgen: su inesperado embarazo la expone a incomprensiones y a severas penas, incluyendo la lapidación, contemplada en la cultura de la época. ¡Imaginémonos todos sus pensamientos y la confusión que sintió! Sin embargo, no se desanima, no se deja abatir, sino que se eleva. No mira hacia abajo a los problemas, sino hacia arriba, a Dios. No busca a quién pedir ayuda, sino a quién prestar su ayuda (…).
Aprendamos de la Virgen María esta manera de reaccionar: levantarnos, especialmente cuando las dificultades amenazan con abrumarnos. Levantarse, para no enredarse en problemas, para no hundirse en la autocompasión o caer en una tristeza que nos paralice. Pero, ¿por qué levantarse? Porque Dios es grande y está listo para levantarnos si nos acercamos a él.
Y luego, hagamos como María: ¡miremos a nuestro alrededor y busquemos a alguien a quien ayudar! ¿Hay algún anciano al que yo sepa que puedo ayudar, a quien pueda hacerle compañía?
Yendo a casa de Isabel, María avanza con paso rápido, el paso de quien tiene el corazón y la vida llenos de Dios, llenos de su alegría. Entonces, preguntémonos para nuestro propio beneficio; ¿Cómo es mi «paso»? ¿Soy constructivo o permanezco en la melancolía, en la tristeza?
Si caminamos con el paso cansado de la murmuración y el chismorreo, no llevaremos a Dios a nadie, solo traeremos amargura, cosas oscuras. Sin embargo, ¡hace mucho bien cultivar un sano sentido del humor! No olvidemos que el primer acto de caridad que podemos hacer por nuestro prójimo, es ofrecerle un rostro sereno y sonriente, es llevarle la alegría de Jesús, como hizo María con Isabel.
Papa Francisco, extracto de su discurso durante el Ángelus del 19 de diciembre de 2021.