Y después de ignorarse siempre a sí misma, ¿podría María comprender en ese instante que todo lo que había podido quedar de ella desaparecía ante él, cuando todo su ser se sumergía para siempre en su misterio para no ser más que una unión viva con él?
Absolutamente despojada de sí misma, solo podía darse eternamente en este Niño que había concebido del Espíritu, no como imagen glorificada de sí misma, sino como esplendor de la gloria del Padre en la transparencia de su pobreza.
Su misma maternidad consumó su desapropiación. Ella era verdaderamente, en un sentido único, «La Mujer Pobre». «Siendo tan pequeña, agradé al Altísimo y concebí en mis entrañas al que es Dios y hombre».
Maurice Zundel (1897-1975), sacerdote católico y teólogo suizo.