Antes de la Anunciación, María ya era enteramente de Dios. Se ofrece, se entrega, acoge la pobreza, espera. Pero todavía no sabe con qué plenitud debe realizarse en ella la palabra del Cantar de los Cantares: «Yo soy para mi amado y hacia mí tiende su corazón» (Cant 7,11).
Ella, sin duda, conocía las Escrituras de memoria. Había comprendido su significado secreto, la orientación cristiana de cada palabra (…). Buscaba una presencia y encontró una Persona en la que está contenida toda esperanza humana.
Su corazón late en esta profecía: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo» (Is 7, 14). Nunca pensó que podría tratarse de ella. Su mirada tiene una sola dirección de la que nunca se aparta. Su mirada es humilde: nunca se ve a sí misma.
Cuando estalla la aparición del ángel y resuena el primer «ave», ella se confunde: ¿qué significa este mensaje? Si dice la verdad, si viene de Dios, su palabra no debe oponerse al propósito virginal con el que Dios mismo la inspiró a desearlo:
—¿Cómo será eso, ya que no conozco varón?
—El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra (Lc 1,34-35).
Segura de que es Dios quien la llama, ella consiente con la palabra que dio origen a la creación con admirable dignidad y que la restaura aún más admirablemente: fiat. «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1,38).
Maurice Zundel (1897-1975), sacerdote católico y teólogo suizo.