A la luz del paralelismo que opone a Eva y María, san Pedro Damián describe la relación entre la Virgen y el cuerpo eucarístico de su Hijo:
«¡Bendita tú entre las mujeres! Por medio de una mujer cayó la maldición sobre la tierra; a través de una mujer, la bendición fue restaurada. De la mano del primer hombre se ofreció la copa amarga de la muerte; de la mano del segundo se presenta el dulce cáliz de la vida. El caudal abundante de la nueva bendición acabó con el contagio de la antigua maldición (1)».
El cuerpo que María concibió, dio a luz, alimentó y crio con maternal solicitud y amor, es el mismo cuerpo que recibimos en el banquete eucarístico y cuya sangre bebemos como sacramento que obra nuestra redención:
«Por causa del fruto comido fuimos expulsados de la belleza del paraíso; pero, por medio de otro alimento, hemos sido readmitidos a las alegrías del mismo paraíso. Eva comió un alimento por el cual nos condenó al hambre de una eternidad de ayuno; al contrario, María preparó un alimento que abrió nuestra entrada al banquete del Cielo» (2).
L. Gambero
Y también: Enciclopedia Mariana
(1) San Pedro Damián, Sermón XLVI, PL 144, 758 AB.
(2) San Pedro Damián, Sermón XLV, PL 144, 743 C.