«¡Fátima nos recuerda que el Cielo no puede esperar! Pidamos, pues, a Nuestra Señora con confianza filial que nos enseñe a dar el Cielo a la tierra [1]».
«Quien piense que la misión profética de Fátima está completa, se equivoca. Ella revive ese plan de Dios que interpela a la humanidad desde sus orígenes: “¿Dónde está tu hermano Abel? (...) Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gén 4,9). El hombre pudo desencadenar un ciclo de muerte y terror, y no ha conseguido interrumpirlo.
En la Escritura aparece con frecuencia que Dios está buscando a los justos para salvar la ciudad de los hombres y lo mismo sucede aquí, en Fátima, cuando Nuestra Señora pregunta: “¿Quieren ofrecerse a Dios para recibir todos los sufrimientos que quiera enviarles, en reparación por los pecados que le ofenden y en intercesión por la conversión de los pecadores?” (Memorias de sor Lucía, I, pág. 162).
A la familia humana dispuesta a sacrificar sus lazos más sagrados en el altar del egoísmo mezquino de nación, raza, ideología, grupo o individuo, nuestra Madre Santísima ha venido del Cielo para depositar en el corazón de quienes se encomiendan a Ella, el amor de Dios que arde en el suyo»[2].
Fuente: Enciclopedia Mariana
[1] Cardenal Tarcisio Bertone, homilía en el atrio del Santuario de Fátima, 12 de mayo de 2010.
[2] Papa Benedicto XVI, homilía en la explanada del Santuario de Fátima, 13 de mayo de 2010.