María es la «primera», cronológicamente hablando, porque es la primera que ha acogido a Cristo, la primera que ha participado a su manera en la pasión de Cristo, la primera que ha entrado en cuerpo y alma en la eternidad bendita con Dios. Por nuestro bautismo, también nosotros acogemos a Cristo, participamos de su muerte y de su resurrección, y alcanzaremos la bienaventuranza. Pero llegamos «después».
María es también la «primera» cualitativamente, porque nadie ha recibido mejor a Cristo, nadie ha participado con más intensidad e intimidad en la pasión de Cristo, nadie ha entrado de forma tan resplandeciente en la bienaventuranza. Además, nadie, por el momento, ha entrado en ella como ella con su alma y cuerpo. Todo esto lo vivimos o lo viviremos, pero nunca al grado alcanzado por la Virgen María.
La predestinación de María, su elección, su consagración, son admirables. Pero la verdad revelada por san Pablo es que todo el que es bautizado, es un predestinado, escogido, consagrado. Dios tiene un plan de amor absolutamente único para cada uno de sus hijos.
Si hay, en relación con nosotros, un primado cronológico y un primado de excelencia en el caso de María, es dentro de la misma vocación: responder al amor con amor. La gracia de María es especial solo porque ella realiza perfectamente lo que solo parcialmente se realiza en los demás miembros de la Iglesia.
¿María fue preservada milagrosamente del pecado en anticipación de los méritos de Cristo? Somos sanados del pecado por la gracia de Cristo en el Bautismo, la Eucaristía y la Penitencia, y seremos sanados para siempre en la gloria del Cielo. Las trayectorias son idénticas, aunque su temporalidad e intensidad sean diferentes.