Retrocediendo en el tiempo, nos damos cuenta de que las cuevas siempre han servido como refugio natural y han influido en la imaginación de los hombres. Aquí en Massabielle, la gruta de Lourdes en Francia, como en Belén y la tumba de Getsemaní, la roca de la gruta tiene también un sentido sobrenatural. Sin haber estudiado nunca, Bernardita lo supo instintivamente. «Era mi cielo», es lo que dijo de la gruta.
Frente a este macizo rocoso, tú también estás invitado a ir más allá de tu vida cotidiana para elevarte. Aunque solo sea por curiosidad, adéntrate en este refugio natural. Mira cómo se pule la roca, brillando con el roce de miles de millones de caricias. Cuando vayas, tómate el tiempo de mirar la fuente inagotable, abajo a la izquierda. Es beneficioso verla fluir y escucharla.
Cerca de la gruta, millones de velas arden de forma ininterrumpida desde el 19 de febrero de 1858. Ese día, Bernardita llegó a la gruta con una vela bendita, que mantuvo encendida en sus manos hasta el final de la aparición. Antes de partir, la Virgen María le pide que la deje para que se consuma en la gruta. El mismo día, algunas personas colocan otras velas encendidas en el lugar indicado. Nunca se ha dejado de renovarlas. Las velas ofrecidas por los peregrinos están encendidas desde entonces, día y noche.
Cuando la Biblia habla del estado de pecado en que se encuentra la humanidad desde la culpa de Adán, utiliza a menudo dos imágenes: la del cautiverio y la de las tinieblas. Por el contrario, la Salvación obrada por Jesucristo se presenta como una liberación y una iluminación. Y para dar una señal concreta de esto, el sacerdote bendice el fuego y la luz de las velas durante la celebración de la Pascua, antes de bendecir el agua para el bautismo.
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