Medjugorje (Bosnia-Herzegovina). Yo había oído hablar de ella como «cualquier buen cristiano de los domingos» y las gracias de la Virgen eran casi palpables a mi alrededor. Me habían hablado mucho de conversiones múltiples, de curaciones extraordinarias, pero no me daba particularmente por aludido por ningún deseo de cambio interior...
Las apariciones y todo el misterio que las rodea no hicieron más que aumentar mi miedo vinculado a fenómenos extraordinarios. Sin embargo, fue la curiosidad y el deseo de conocer mejor a la Madre de la Iglesia lo que me llevó a Medjugorje. Finalmente, ¿por qué no dejarme conmover yo también?
Efectivamente, esta peregrinación resultó ser un paso importante en mi fe cotidiana. Reflexiono sobre esa oportunidad todos los días. Los momentos más fuertes fueron para mí las horas de adoración y el descubrimiento del Rosario. Me impresionó el fervor de fieles y peregrinos llegados desde muy lejos, por la dulzura y fuerza con que ellos rezaban el Rosario. A mí que consideraba el Rosario como una cantinela un tanto aburrida, me sorprendieron gratamente los efectos de esta oración.
Dos momentos clave marcaron mi peregrinación: el testimonio de una religiosa, su resplandor y su fe fueron como una luz repentina en mi propio camino espiritual sembrado de sombras; el segundo: el Viacrucis con enseñanzas de una tal riqueza que vi pasar los momentos más destacados de mi vida en cada estación.
¡Así comenzó el «minimaremoto» de María en Medjugorje y lo que siguió después! Las gracias siguen obrando, especialmente a través del Rosario y a través de los acontecimientos vividos en la verdad: reconciliación inesperada con un amigo que se ha convertido, encuentro con creyentes tocados por la Virgen y olvido algunas gracias más....